Me acaba de pasar una cosa de lo más curiosa: iba yo tranquilamente hacia mi casa después de yoga, cuando se me ha acercado un hombre joven, pongámosle entre 30 y 40 años:
-Perdona, ¿hablas inglés?
-Sí
-¿Y entiendes francés?
- También.
-¡Estupendo! ¿Me podrías ayudar con el parquímetro? Es que está en francés y yo sólo hablo inglés.
- Sí, claro.
Así que me acerco al parquímetro, le empiezo a traducir las instrucciones y el hombre me para:
- No, si eso lo entiendo. ¿Me puedes decir si pone en algún sitio si también de noche hay que pagar? ¡Porque si lo pone yo no lo encuentro!
Así que me leo las instrucciones enteras y le digo que efectivamente ahí pone el precio, pero no las horas de aparcamiento restrigido.
- ¡Y encima sólo me permiten aparcar una hora como máximo! ¿Qué pretenden que haga? ¿Que baje a pagar cada hora de noche?
Yo le he intentado decir dónde podía mirar las horas pero el hombre estaba muy indignado y no me ha dejado hablar:
- ¿Y de día? ¿Qué pretenden que hagas en una hora? Si tienes que aparcar, ir al parquímetro, pagar, volver al coche a poner el ticket e ir hasta donde tengas que ir... ¡te queda media hora como máximo! ¿Qué haces en media hora?
Ahí he conseguido meter baza y explicarle que no tenía que poner ticket en el coche, que enfrente de la plaza de aparcamiento había un poste con un número, y que tenía que ir al parquímetro, meter el número de la plaza, y pagar. El controlador del aparcamiento iba al parquímetro y desde ahí controlaba que todas las plazas estuvieran pagadas correctamente.
- Ah, ahora tiene todo más sentido.- Me ha dicho. Y aprovechando que se ha tranquilizado le he seguido explicando:
- Además en ese poste están también indicados los horarios de aparcamiento para cada plaza.
- ¿Me estás diciendo que tengo que volver a mi coche? Es que en el lugar de donde procedo... (momento en el que he pensado que lo menos venía de Saturno, porque así dicho...) se necesita ticket y todo lo explican en el parquímetro.
Yo le he sonreido amablemente, le he dicho que en mi ciudad también se necesitaba ticket, pero que aquí no, y que me temía que sí que tenía que volver al coche. Que además seguramente ya sería hora de aparcamiento libre, pero que había llegado hace poco a Montréal, que no tenía coche y que de los parquímetros sólo sabía lo que le había contado. El hombre se ha quedado más contento, me ha preguntado de dónde venía yo, me ha dicho que él también se acababa de mudar, que había llegado hacía dos días, que estaba un poco desubicado (no hacía falta que me lo jurara), que no le estaba gustando nada Montréal y que no entendía a los canadienses, que eran muy raros... y finalmente me ha dado las gracias por mi ayuda y me ha dicho que ya no me quitaba más tiempo. Pero antes de poder alejarme me ha vuelto a hablar:
- ¿Te puedo hacer una última pregunta?
- Claro.
- ¿Crees que podré pagar con monedas de un dólar?
- ¿De un dólar? Sí... -y le señalo el dibujito de monedas admitidas.
- No, pero digo de un dólar estadounidense.
- Pues no creo...
-¿¡Y por qué no se va a poder!?
Momento de autocontrol absoluto para no contestar: ¿¡Porque estamos en Canadá!? Pero como salía de yoga, es decir, relajada y en paz con todo el mundo, en lugar de eso le he sonreído, me he encogido de hombros y me he ido, mientras él se quedaba despotricando de los parquímetros de Montréal... que sólo admiten la moneda nacional.
Es que hay que ver... ¡qué raros son los canadienses!